Sabiduría Artificial – El Mercurio

Ignacio Martin Mauri
Columna para El Mercurio

Cuando mi amigo Madou llegó a Alemania siempre saludaba a todas las personas mayores que encontraba por la calle. Para él, que venía de Mali, esto era una muestra de respeto hacia su mayor sabiduría. Porque, tradicionalmente, en todas las culturas la experiencia, el conocimiento y la sabiduría, han estado correlacionadas con la edad. Ya no.

Esto cambió radicalmente con el desarrollo de Internet, que hizo que la información y el conocimiento estuviesen disponibles para todos. Incluso empezó a suceder que los mayores tenían cada vez más problemas a la hora de manejar los nuevos dispositivos digitales. Por primera vez en la historia de la humanidad fueron los jóvenes los que tuvieron que explicar a sus mayores cómo funcionaban herramientas básicas del día a día. Con la ayuda de la tecnología digital, la relación entre edad, conocimiento y capacidad para resolver problemas se rompió para siempre. 

Esto está ya tan normalizado que no es extraño oír que la edad es un lastre que impide adecuarse a la velocidad que los nuevos tiempos requieren. No resulta sorprendente que las nuevas generaciones afirmen que sus padres, jefes y profesores son unos dinosaurios que no entienden el mundo en el que vivimos, ni a estos quejarse de que ya no hay respeto por la autoridad. 

Pero como bien planteaba Russel Ackoff, antiguo profesor de Wharton, no debemos confundir, la inteligencia, que incluye la información, el conocimiento y la comprensión, con la sabiduría. Mientras que la inteligencia sirve para la consecución eficiente de objetivos, la sabiduría es la capacidad de evaluar dichos objetivos. La sabiduría nos permite tomar conciencia del propósito, evaluar si tiene sentido o no esforzarse por esas metas, discernir si contribuyen a nuestra felicidad y progreso colectivo o son simplemente fruto de nuestra ansia de crecimiento y placer hedonista. 

Mientras que la inteligencia la vamos digitalizando, la sabiduría no debería ser delegada en las máquinas. Debería ser la esencia de nuestra actividad humana ya que de ella depende nuestro progreso y felicidad. Pero por desgracia cada vez más la bondad o no de un hecho queda supeditada a la valoración que de ella haga el algoritmo, a la capacidad de masificación que tenga una opinión o a la cantidad de likes que consiga. Todos, jóvenes y mayores, vamos entregando paulatinamente nuestra capacidad crítica y de valoración ética, a dispositivos digitales programados para promover el crecimiento, pero no el progreso. Y esto tiene ya graves consecuencias, porque la tecnología digital puede ser inteligente, pero no es sabia. Por algo se llama Inteligencia Artificial y no Sabiduría Artificial.