Hace poco una amiga que trabaja en una importante empresa en Londres me comentó que echaron a su jefe. ¿La razón? Su equipo lo exigió. Se pusieron todos de acuerdo, fueron a darle sus razones al encargado, y dijeron: “o él o nosotros”, y lo echaron. El equipo estaba compuesto en su mayoría por Millennials y el jefe era de la generación anterior, la llamada Generación X. ¿Casualidad? ¿Cosas que pasan en UK? ¿Alejado de la realidad de Chile?
Más bien no. En primer lugar, porque el jefe casualmente era chileno. Pero sobre todo porque en todos los países de la OCDE las nuevas generaciones, las nacidas a partir de los 80, tienen una serie de rasgos comunes que explican estas actitudes. Son la primera generación que ha sido protagonista desde que nacieron. Sus padres se preocuparon por estimularlos, protegerlos, escucharlos y considerarlos; los criaron dándoles voz, promoviendo una actitud crítica, respetando sus derechos y estimulando su iniciativa. En definitiva, fueron una autoridad que estuvo al servicio de sus hijos.
Más tarde, cuando llegó la adolescencia, la tecnología les permitió además ser protagonistas en el espacio público. Internet, pero sobre todo las redes sociales, abrieron la posibilidad de que todos estos adolescentes creciesen subiendo fotos, artículos o escribiendo blogs. Su voz podía ser oída en todo el mundo si así se lo proponían. Crearon sus canales de video, escogieron con quien jugar online, hicieron sus playlist únicas y personalizadas, además eligieron qué ver, qué leer, cuándo hacerlo, dónde, cómo y con quién. Se criaron como protagonistas y se acostumbraron a ser constructores de su mundo.
Si las personas que dirigen hoy nuestras empresas no son capaces de generar nuevos espacios internamente con sus colaboradores ¿cómo lo van a hacer hacia fuera con sus clientes?
Todo esto los diferencia de generaciones anteriores, criados desde una mayor obediencia a la autoridad, con una actitud de espectador, más pasiva y en gran medida viviendo desde el miedo a la coerción. Una generación que cuando llegó al poder lo ejerció como lo habían hecho con ellos, es decir, de forma directiva, poco participativa, con relaciones ejercidas desde el control y la desconfianza, e incluso en ocasiones de forma autoritaria.
Estos son en gran medida los actuales jefes chilenos y que como dice el estudio de DNA Human Capital, son los menos empáticos de toda Latinoamérica. Jefes que les cuesta delegar, comunicar y dar feedback, enfocados en la tarea y el logro, y por lo mismo muy alejados de la figura de autoridad a la que están acostumbradas las nuevas generaciones.
Pero ¿por qué son ellos los desfasados?, ¿acaso no son los colaboradores más jóvenes los que están desubicados y deberían adaptarse a la forma tradicional de trabajar? Sin ninguna duda los Millennials tendrán que adecuar muchas de sus costumbres y expectativas. Pero los que tienen que hacer un mayor esfuerzo son los jefes. ¿Por qué? Porque los clientes también son cada vez más Millennials y quieren ser considerados individualmente y no como parte de un segmento de mercado, esperan relaciones bidireccionales a través de redes sociales con las empresas en las que compran productos y servicios en lugar de recibir pasivamente lo que se les ofrece, quieren que las compañías adapten sus procesos a sus necesidades y no al revés, etc. Es decir, son clientes más empoderados que esperan ser protagonistas y no meros compradores.
Si las personas que dirigen hoy nuestras empresas no son capaces de generar estos nuevos espacios internamente con sus colaboradores ¿cómo lo van a hacer hacia fuera con sus clientes? Y si no son capaces de adaptarse a las nuevas exigencias del mercado y de las nuevas generaciones, ¿no es válido decir que son jefes desfasados? ¿O habría que decir obsoletos?