Juan Carlos Eichholz
Columna para diario El Mercurio
La izquierda obtuvo un triunfo aplastante en la elección de convencionales en mayo de 2021, y dos años después es la derecha la que arrasa en la elección de consejeros. Boric y Kast pasaron a segunda vuelta en la elección presidencial de 2021, dejando fuera de carrera a los candidatos de centro izquierda y centro derecha. Boric es el actual Presidente y Kast es el mejor perfilado para sucederlo. Son datos llamativos, que llevan a muchos a pensar que Chile es hoy un país polarizado. ¿Será así? Y si no lo es, ¿cómo entender lo que está pasando?
No estamos polarizados
Partamos por aclarar los términos. Polarización no es sinónimo de que existan polos, como sin duda los hay. Y tampoco es sinónimo de fragmentación o atomización, que también la hay. Polarización significa que las personas se van a los polos y se mantienen en ellos, reafirmando su pensamiento y rechazando el de quienes están en la otra vereda. Polarización, por tanto, se opone a movimientos pendulares, que es lo que hemos estado viendo en Chile en los últimos años, en que una masa importante de personas sí cruza la calle y se pasa a la otra vereda.
Estados Unidos es un buen ejemplo de un país cada vez más polarizado. Son muchas las cifras que lo muestran, aunque ésta llama especialmente la atención: en 1960 el porcentaje de votantes de cada partido que desaprobaría el matriomonio de su hijo con una persona del otro partido (Demócrata o Republicano) era del 4%, mientras que en 2020 era del 38%. Las elecciones presidenciales, así las cosas, han terminado siendo todas reñidas, porque una parte importante de los votantes no se mueve de su trinchera política.
Por el contrario, si hay algo que consistentemente muestran las encuestas en Chile es la desafección con la política, expresada, por ejemplo, en que la identificación de las personas con algún partido político era superior al 60% en los años ’90 y hoy apenas llega al 20%. Eso es coherente con las sorpresas que se vienen observando en estos últimos años en las elecciones presidenciales y en las ligadas al proceso constituyente. Voluntarias las primeras y obligatorias las segundas, lo cierto es que en todas ellas los votantes se movieron decididamente de una vereda a otra, como un péndulo.
La conclusión, por lo tanto, es que la ciudadanía chilena no está polarizada. Los que sí están polarizados, paradójicamente, son los partidos políticos, aunque más por estrategia de sobrevivencia que por convicción. Si la UDI o el PS, por ejemplo, extreman sus posiciones, es porque van en busca de los votos que les han quitado el Partido Republicano o el Frente Amplio, respectivamente. Lo que se produce entonces es un equilibrio disfuncional o subóptimo, es decir, la mayor parte de la ciudadanía es de centro, los principales partidos políticos son de centro, pero la discusión política y los resultados electorales se van a los polos. ¿Por qué?
Sí estamos descontentos
En Chile tuvimos una Concertación que gobernó por cuatro períodos y 20 años seguidos, después de lo cual ninguna fuerza política ha logrado reelegirse. El fenómeno se repite en casi todo el mundo y la aprobación de los presidentes nunca ha sido tan baja. En simple, gobernar se ha vuelto extremadamente difícil.
Y es que vivimos tiempos convulsionados, con tecnologías que han provocado una aceleración del cambio como jamás la hemos experimentado en la historia de la humanidad, y con ciudadanos cada vez más empoderados e impacientes. Eso sólo genera complejidad y dificulta la labor de gobernar el mundo, los países, las empresas y hasta las familias. Dar respuestas efectivas y rápidas a problemas complejos es casi una contradicción en los términos, y cuando ellas no aparecen los ciudadanos se intranquilizan, aflora el descontento, le quitan el respaldo a sus gobernantes y votan por quienes están en la oposición. Y si el descontento se acerca a la desesperanza, el voto va para quienes ofrecen soluciones radicales desde los polos.
Los ciudadanos en Chile no están polarizados, sino que descontentos. No consigo mismos, sino con un aparato público que no es capaz de dar respuesta a problemas cada vez más apremiantes, partiendo hoy por la inseguridad. Enfrentar problemas complejos y alcanzar soluciones sostenibles exige acuerdos transversales. No hay otra manera. Pero la fragmentación del sistema político hace muy difíciles esos acuerdos y favorece la polarización de los partidos, que empuja a los ciudadanos a moverse pendularmente, votando por promesas cada vez más extremas e inefectivas. Se trata de una dinámica disfuncional y muy peligrosa, cuya expresión maximalista la podemos ver en Argentina.
El problema de fondo, entonces, no es la polarización de la ciudadanía, que no existe, sino la polarización del sistema político, favorecida por la fragmentación y la baja efectividad a la hora de gobernar. Boric creyó que los chilenos estaban anclados en el polo de la izquierda y comenzó gobernando bajo esa premisa. Se equivocó. Y se equivocaría Kast si cree que los chilenos están anclados en el polo de la derecha. Es simplemente un grave error de diagnóstico pensar que los chilenos estamos polarizados.
Si el desafío, en definitiva, es terminar con la polarización política y el consecuente movimiento pendular ciudadano, el Consejo Constitucional que ahora comienza su labor tiene una doble y fundamental misión: modelar una dinámica de convergencia y no de polarización, por una parte, y aprobar normas electorales que limiten notoriamente la fragmentación política, por otra.
