Bárbara Castro
Columna para el Diario Gestión Perú
¿Soy líder? ¿Debo ser líder? Probablemente estas preguntas nos visitan una y otra vez por distintas razones: vocación, responsabilidad. Y probablemente también el intento de hallar respuestas nos invita a imaginar qué cualidades o características son necesarias para lograr ser líder. Y así, intuitivamente construimos, a imagen de los diferentes líderes que la historia registra, una larga, compleja y hasta supernatural lista de características y cualidades: carisma, habilidades comunicativas, inteligencia emocional, asertividad, ética, seguridad, capacidad de motivar a otros, etc.
¿Existirá algún ser humano que reúna todas esas cualidades? Seguramente, no.
El liderazgo requiere ser repensado. No podemos idealizarlo, deshumanizarlo y descontextualizarlo.
Nuestro entorno social se transforma constantemente y muchas veces de forma drástica: cambió nuestra forma de organizarnos, nuestra manera de comunicarnos y relacionarnos, lo que socialmente valoramos. Pensemos en que hasta hace no mucho ciertos valores como la diversidad, el juicio propio y la innovación eran prácticamente marginales. Sin embargo, a pesar que nuestro entorno se ha transformado drásticamente, el concepto tradicional de liderazgo centrado en la “persona” y en las “cualidades” que ésta ha de exhibir continúa arraigado a nuestra forma de pensar. Seguimos aferrándonos a una definición tradicional de liderazgo “mesiánico” del siglo pasado, que ya no resulta funcional a nuestra realidad actual y al tipo de desafíos que estamos enfrentando.
¿Existe otra manera de entender el liderazgo? ¿Podemos pensar en el liderazgo con prescindencia del líder? Sí. En lugar de preguntarnos si somos líderes podemos preguntarnos si, al margen de nuestras características, podemos “ejercer” liderazgo. No se trata de simple retórica, se trata de cambiar de centro de gravedad: pasar del sujeto a la acción.
Cualquier persona puede ejercer liderazgo; no necesita tener cualidades especiales ni ocupar algún cargo o ser designado “líder”. Solo necesita actuar con valentía y determinación: movilizar a un grupo – una familia, un equipo de trabajo, una organización o un país – para lograr un cambio desde un propósito común.
Hace varias décadas, el psicólogo Daniel Kahneman demostró que el framing condiciona el comportamiento social. Si dejamos de poner el foco en el “líder” como individuo y en las cualidades mágicas que éste debe exhibir, y pensamos más bien en el liderazgo como una actividad, como un proceso colectivo, que involucra a varias personas y que puede ser ejercido desde distintos roles, permitiremos que más personas se sientan parte de los desafíos que enfrentamos y, por tanto, asuman el compromiso y la responsabilidad de ser parte de la solución, con independencia de su cargo, de su edad, de su género, de su orientación sexual u otra característica física o de personalidad.
¿Por qué requerimos repensar el concepto de liderazgo? Pues porque estamos enfrentando desafíos de muy alta complejidad, que solo pueden ser superados con enfoques multidisciplinarios y de manera colectiva. Si es que no contribuimos todos, la probabilidad de que superemos esos desafíos es baja. Necesitamos de innovación, pensamiento crítico y aprendizaje colectivo.
Todos podemos ejercer liderazgo si estamos dispuestos a impulsar un cambio que nos beneficie como colectividad. Espero que si alguna vez te interesa el liderazgo, lo primero que te preguntes sea: ¿cómo puedo ejercer liderazgo?
