Juan Carlos Eichholz
Columna para diario El Mercurio
l 7 de mayo el Partido Republicano obtenía un triunfo resonante, quedándose con el control del Consejo Constitucional, posicionando a José Antonio Kast como el candidato presidencial con más respaldo ciudadano, y teniendo en sus manos la llave para mejorar y transformar el anteproyecto acordado unánimemente por los expertos en la tan anhelada nueva Constitución de Chile. Cinco meses después, terminado en primera instancia el trabajo de ese Consejo, el oficialismo no respalda el texto aprobado, el apoyo a Kast ha disminuido ostensiblemente, su partido está dividido, y solo un cuarto de la ciudadanía declara que va a votar a favor de la propuesta el próximo 17 de diciembre.
Es cierto que el juego aún no termina y que se están haciendo ingentes esfuerzos para revertir la situación, pero a esta altura se puede asumir que algo no funcionó en la estrategia del Partido Republicano, porque difícilmente se puede haber querido estar en este lugar, donde, pese a lo que se diga, solo hay pérdidas.
¿Tenían estrategia los republicanos? Debemos entender que sí, por lo que está en juego para el país y para ellos, y porque, como se dice, son un partido disciplinado. ¿Qué se quería lograr? Lo presumible es que fueran tres los objetivos: 1) tener una nueva Constitución con “algunas” normas que marcaran su impronta; 2) aprobada por una amplia mayoría ciudadana; y 3) que los dejara bien posicionados para todas las elecciones que vienen en los próximos dos años. La palabra clave en esta ecuación es “algunas”, y lo que se ha ido develando con el correr de los meses es que para una parte de los republicanos ese “algunas” era “muchas”, o incluso “muchísimas”.
¿A qué obedecieron las 400 indicaciones que los consejeros republicanos presentaron al texto de los expertos? ¿Era lo que realmente querían que quedara aprobado, aprovechando su peso en el Consejo, o era una táctica de negociación de tejo pasado? No lo sabemos, pero en uno y otro caso estaban jugando con fuego. Y quizás, más que algo bien pensado, esas 400 indicaciones fueron el resultado de negociaciones internas que permitieron resolver las diferencias entre las distintas posiciones en torno al “algunas”, pero perdiendo de vista el impacto que eso generaría en el proceso constitucional. Sí, porque en lugar de abrir un espacio de diálogo constructivo, el efecto fue el inmediato atrincheramiento del oficialismo, del cual es siempre difícil lograr salir.
Es cierto que muchas de esas indicaciones se han caricaturizado o han sido aprovechadas comunicacionalmente por la izquierda, ¿pero podía esperarse algo distinto? Esto es política, y una política polarizada. Si se quería avanzar bien desde el inicio para lograr esos tres objetivos, 400 indicaciones no era lo aconsejable. Pero claro, cuando varios republicanos proclamaron, luego del triunfo de mayo, que no era tan grave no aprobar una nueva Constitución porque en ese escenario seguiría rigiendo la del ’80, se podía anticipar que ese “algunas” serían “muchas”.
¿Por qué se cometió ese error estratégico? Aventurando una interpretación, podría pensarse que una parte de los republicanos se ve a sí misma como un movimiento principista más que como un partido político, igual que lo es el Partido Comunista en el otro extremo del espectro político. Un partido político tiene principios, por cierto, pero sabe que debe generar un espacio amplio de entendimiento con otras fuerzas distintas, porque lo suyo, a fin de cuentas, es gobernar y contribuir a la gobernabilidad. Un movimiento principista, por el contrario, tiene un conjunto grande de principios intransables que hace difícil un entendimiento transversal, porque ceder es visto como una traición a ese ideario, y también a la tribu, que prefiere conversar dentro de ella, reafirmando el ideario, que abrirse a otras miradas.
Estamos a dos meses del plebiscito y las probabilidades de cumplir con los tres objetivos de la estrategia parecen lejanas para el Partido Republicano. Kast, quizás escuchando otras voces más pragmáticas dentro de la derecha, ha dicho que es posible dar vuelta el mal pronóstico y que desplegarán una estrategia para ello. Pero, ¿será esa que piensan la estrategia adecuada? Si el “algunas” no se transforma en “pocas”, difícilmente la nueva estrategia surtirá efecto. Los republicanos deben ser conscientes, y seguramente lo son, de que la votación que obtuvieron en el Consejo Constitucional se debe más a las circunstancias que a su ideario. Y también saben que tanto el anteproyecto de los expertos como el proyecto aprobado hasta ahora por el Consejo recogen un cambio fundamental a las normas constitucionales que hoy nos rigen: límites claros a la fragmentación política, uno de los principales males que hoy nos aquejan. Renunciar a eso por querer cambiar muchas otras cosas resultaría de una miopía enorme, propia de un movimiento principista.
